Jimmy Hollis
i Dickson
© 1984,1994,
2002
traducción ©
2010
[Explicación del autor-traductor:
“Ella” en inglés es nombre de mujer. (Se pronuncia “Ela”.) Esta es mi versión
del cuento “Cinderella” (“Cenicienta” en castellano), un apodo que sus
hermanastras le ponen (con mala leche) a la protagonista. En esta traducción el
apodo será CenizElla (“Cenicela”). Yo no soy partidario de traducir nombres
propios, así que también encontrarás a Robert (se pronuncia aproximadamente
Róbert), Albert (Álbert), Harold (Hárold), Ernestine
(Ernestín), Gladys (Gládis), Primrose (Prímros), Richard (Ríchard),
Cyril (Círil), y Maeve (Mév).
Tal como hago con todos mis cuentos,
recomiendo intentar leerlo en versión original (si tienes un mínimo de
conocimiento de inglés) y recurrir a esta traducción sólo en caso de dudas.]
En el pueblo al lado del Palacio de
Invierno vivía una niña con su madre y padre. Nunca conocí a la madre y, aunque
alguien me dijo una vez su nombre, me temo que lo he olvidado. El nombre del
padre era Albert o bien Harold, no puedo estar completamente seguro de cuál de
los dos. Pero sé por cierto que el nombre de la muchacha era Ella.
Pues bien, cuando Ella tenía trece
años, su madre se murió. Cuando esto sucedió, Harold (o Albert) cayó en una
profunda depresión, y perdió toda la alegría de vivir. Se acostumbró a beber
demasiado vino, y por las noches sentaba desplomado y gemía, con la cabeza que
yacía en la mesa entre sus brazos inútiles. O se hundía en un sillón y miraba -
a la nada.
“¡Cómo debe haberle amado!”, decían
los vecinos. Pues bien, podrían haber estado en lo cierto, pero yo no creo que
le había amado. Había dependido de ella, sí - y se había debilitado en
su dependencia. Y cuando ella se murió, él era débil y creía que le
necesitaba... pero que ella ya no estaba. Para él, ella sí se había ido: estaba
muerta. Y lo que soy yo creo que cuando realmente amas a alguien y éste se
muere, sigue viviendo dentro de ti: nunca desaparece completamente. Ella no
seguía viviendo dentro de él. Donde había estado, no había nada. Y por eso digo
que no le había realmente amado.
Pero sí que seguía viviendo, porque sí
que había alguien que realmente le había amado. Esa persona era Ella. Y, aunque
Ella estaba muy triste durante un tiempo después de la muerte de su madre,
superó lo peor de todo, y continuó a encontrar alegría en la vida. Por las
noches, después de cenar y antes de lavar los platos, sentaba afuera y miraba
la puesta de sol y las estrellas que comenzaban a presentarse. Y a menudo
pensaba: “A Mamá le gustaba ver todo esto.” Y mientras hacía las tareas del
hogar, recordaba pequeños trucos que su madre le había enseñado para hacer el
trabajo más fácil. Ella tenía que hacer todo alrededor de la casa ahora, porque
su padre (vamos a llamarlo Harold para evitar molestias) estaba a menudo
borracho y siempre triste, y no le interesaba hacer nada. Ella se compadecía de
Harold, y trataba de ayudarle a conseguir interesarse en la vida de nuevo, pero
no servía de nada. Estaba tan sumido en su impotencia y la auto-lástima que no
apreciaba nada. No pasó mucho tiempo antes de que dejara de ir a trabajar, y
así perdió su puesto de trabajo.
Después de eso, vivieron durante algún
tiempo de los ahorros de Harold. Pero luego este dinero se agotó y Ella decidió que tendría que buscar trabajo ella misma,
como que a Harold no le importaba. Encontró trabajo fregando suelos de otra
gente, lavando los platos y la ropa de otras personas. De esta manera, los dos
vivieron juntos durante tres años - Ella ocupándose de sí misma y de Harold,
mientras Harold se ocupaba de su botella de vino. Entonces sucedió algo que
cambió sus vidas. ¡Harold se casó de nuevo! Así es cómo sucedió:
Una de las casas donde Ella trabajaba
pertenecía al antiguo jefe de Harold, un hombre de negocios acomodado llamado
Robert. Tenía una esposa, Ernestine, y dos hijas, Gladys y Primrose, que eran
un poco mayores que Ella. Robert solía decirle a Ernestine qué buen trabajador
había sido Harold, y que si pudiera encontrar otra mujer, una que fuera capaz
de hacer que él mejorara su estado de humor y dejara la bebida, que
probablemente volvería a ser buen trabajador. De hecho, Robert había estado
pensando en hacer de Harold su segundo al mando en la empresa, antes de este
triste asunto de la muerte de su esposa.
Y entonces Roberto, también se murió,
dejando una viuda y dos huérfanas, que siempre habían sido acostumbradas a una
vida de ocio y confort, sin tener que preocuparse por el dinero. Y, durante un
tiempo, trataron de seguir viviendo como siempre lo habían hecho. Todavía
contrataban a Ella para que hiciera sus tareas domésticas - consideraban que
eran “demasiado finas” para hacerlo ellas mismas.
Pero pronto se le hizo evidente a
Ernestine que, sin Robert para cuidarlo, su negocio iba mal, estaba perdiendo
dinero. Pronto no habría dinero suficiente para vivir como siempre lo habían
hecho, y - a menos que se hiciera un trabajo duro para mantener el negocio - en
algún momento no habría ningún dinero en absoluto.
Ahora bien, Ernestine no quería hacer
este duro trabajo ella misma - ella estaba acostumbrada a gastar el dinero: no
ganarlo. Y de todos modos, ¿qué sabía ella de llevar un negocio? Pero tampoco
quería dejar el negocio en manos de otra persona. Entonces recordó lo que
Robert le había dicho acerca de Harold, y decidió que ella podría ser la
mujer para poner fin a la bebida y al mal humor de Harold, podría convertirle
en el buen trabajador que había sido antes.
Bueno, Harold no estaba interesado en
casarse con ella. Él no estaba interesado en otra cosa que su falso dolor y su
botella. Pero esto no fue impedimento para una mujer decidida, como Ernestine.
De alguna manera ella se metió en la vida de Harold, le hizo confiar en ella, y
consiguió casarse con él. Y, antes de que él realmente supiera lo que estaba
ocurriendo, ella le hizo dejar de beber, él se había hecho cargo del negocio de
Robert y lo estaba convirtiendo en un éxito. Porque, con una mujer como
Ernestine detrás de él, tenía que ser un éxito.
“Ella es justo lo que él necesitaba”,
dijeron los vecinos. “Le ha hecho olvidar a su primera esposa y quererle a ella
en su lugar.” Otra vez no estoy de acuerdo con ellos. Hace mucho que Harold
había olvidado a su primera esposa, y creo que ya era incapaz de amar a nadie.
Sólo necesitaba a alguien de quién depender, y al fin había llegado una mujer
que sabía cómo hacer que dependiera de ella.
Ernestine hizo que Ella dejara de
trabajar para otra gente. (“¡¡La vergüenza de tener a alguien de esta casa
limpiando los suelos de otra gente!! Pues, es casi un miembro de la familia.”)
Así que Ella se quedaba en casa, y sólo hacía todo el trabajo doméstico para
Ernestine, Harold, Gladys, y Primrose. (“Mis hijas no fueron criadas para hacer
tales cosas, son demasiado delicadas para el trabajo duro.”) Las tres mujeres
seguían tratando a Ella como una sirvienta. Harold no presentó nunca
objeciones: por una parte, él estaba ausente de la casa la mayor parte del día,
salía muy temprano por la mañana y regresaba a casa tarde por la noche; por
otra parte, era demasiado débil para enfrentarse a Ernestine [en cierto modo,
él también era su sirviente.] Y, además, él mismo había estado tratando a Ella
como a una sirvienta durante tanto tiempo - a menudo ni siquiera dándose cuenta
de que ella estuviera presente.
Cada mañana, mucho antes que los demás
estaban despiertos, Ella tenía que limpiar las cenizas de la chimenea, y
encender un fuego, para que la casa ya estuviera cálida cuando las otras
mujeres se aventuraron fuera de la cama. Preparaba el desayuno para Harold, se
le despidió cuando él se fue a trabajar, a continuación fregaba el suelo, se
aseguraba de que todo estuviera en orden, y salía corriendo a comprar nata
fresca, fruta y otras delicias para el desayuno de las otras mujeres. Durante
el resto del día, tenía que buscar y traer, ven aquí, vete, haz esto, haz
aquello, ¡más rápido ¿no puedes?! hasta que se iban a la cama y la dejaron a
Ella a la quietud de la noche y a los últimos trabajos antes de irse a la cama
ella misma.
No estoy diciendo que no tenía tiempo
para sí misma durante el día: sí que lo tenía. Pero el tiempo que tenía podía
ser interrumpido en cualquier momento por una orden para hacer algún trabajo
que las otras eran “demasiado finas” para hacer. Y por encima de todo lo demás,
se burlaban de ella por no ser tan señora y refinada como ellas. La llamaban
“Escoba” y “Asistenta” y “Fregona” y otros nombres tontos. Pero el nombre que
más utilizaban era “CenizElla”, porque Ella estaba tan apresurada, corriendo a
todas partes a preparar las cosas antes de que ellas se pusieran de pie, que
muchas veces no tenía tiempo para asearse, y tendría manchas de las cenizas en
la cara o en la ropa.
***
El rey, Richard V, tenía un hijo,
Cyril, al cual estaba tratando de casar. El rey seguía presentando al príncipe
princesas “apropiadas”, pero Cyril no estaba interesado en ninguna de ellas.
Tampoco en las hijas de duques, ni en las primas de condes, ni en las nietas de
generales. No en ninguna de ellas, de hecho.
“Son todas tan poco naturales” solía
quejarse. “Se cubren el rostro de polvos y pinturas, y piensan demasiado en la
forma de vestirse. Fingen tener interés en cosas en que no tienen el más mínimo
interés, sólo para que yo me interese en ellas. Todas están tan interesadas en
mí, pero sólo porque soy el príncipe. No dan dos pedos por mí como persona,
pero todas fingen que les gusto. Bien, yo no voy a fingir que ellas me gustan a
mí.”
El rey se enfadó, pero no pudo forzar
al príncipe que cambiara de opinión. Lo único que podía hacer era seguir
introduciendo a Cyril más y más mujeres jóvenes “apropiadas”, organizar bailes
donde princesas, y las hijas de los embajadores, generales, duques, y así
sucesivamente, podrían mostrar sus atractivos deslumbrantes para que Cyril eligiera
una de ellas. Muchos hombres se deslumbraron, muchos se sintieron atraídos.
Pero Cyril no. Unos pocos minutos de hablar con cualquiera de las jóvenes
fueron suficientes para convencerle de que ésta era tan vana y vacía como todas
las demás. No cansaba de pedir a su padre que invitara a la gente común al
palacio, para que él (Cyril), tuviera una oportunidad de conocer a personas
“naturales”. El rey seguía negándose a ello hasta que, exasperado, un día dio
su permiso. “¡Ya lo verás!”, dijo con severidad a su hijo, “Pronto descubrirás
que no hay atracción en absoluto en la “gente común”. Entonces tal vez te
vuelvas a tus cabales, y te cases con alguna linda princesa.”
Así fue que al día siguiente se
anunció por escrito una
GRAN BAILE
QUE SE
CELEBRARÁ EN EL
Palacio de Invierno
de
Su Graciosa Majestad
EL REY
Todas las jóvenes solteras
entre las edades de
DIECISÉIS y VEINTE Y CINCO;
TODOS
LOS JÓVENES entre las edades de
VEINTE y TREINTA
están invitados a asistir
“¡Esto tendrás que pagar tú de tus
dietas!” gruñó el rey al príncipe. “No voy a admitir que una turba de patanes y
plebeyos se diviertan a mi costa.”
Aquel día, Ella volvió a casa
corriendo con la noticia que había oído y leído en el mercado. Todo el mundo
había estado hablando de ello. Algunos eran demasiado jóvenes o demasiado
viejos para ser incluidos en la invitación. Algunos dijeron: “Eso no es para
gente como nosotros: eso es para damas y caballeros. No se permitiría que tú o
yo entráramos. No tenemos ropa fina ni joyas para lucir.” Otras dijeron: “No me
importa cuánto cuesta: me gastaría el dinero para los gastos domésticos
de tres meses para un vestido suficiente fino para llevar. Dicen que el
príncipe estará. No espero que baile con una servidora como yo, pero ¡sería tan
bonito verle de cerca!”
Dijeran lo que dijeran, ya fuera para
resignarse a no ir, o bien comprometerse a pasar hambre para poder pagárselo,
todo el mundo había estado hablando del baile.
Cuando Gladys y Primrose se enteraron
de la noticia, estaban fuera de sí de excitación. Y Ernestine no podía dejar de
pensar: “¡aquí, por fin, una oportunidad para que mis hijas conozcan al
príncipe! Estoy segura de que estará encantado de ellas. Dicen que está
buscando una esposa. Cuando mis hijas están bien vestidas, ¡como brillarán!”
Pero cuando las tres se dieron cuenta de que Ella también estaba pensando en
ir, se echaron a reír. “¡CenizElla quiere ir al baile! ¿No es ridículo? ¿Qué
piensas que puedes hacer allí, Cenizas - limpiar las chimeneas reales? Y se
derrumbaron en risas malvadas.
Pero Ella no dejaba de pensar en el
baile: a su madre le había encantado bailar, y se lo había enseñado a Ella. E
incluso ahora, Ella bailaba mientras que cumplía con las tareas domésticas,
canturreando a si misma. Pero, ¡un baile! ¡Y con músicos de verdad, tocando
instrumentos de verdad! Eso sí que tendría que vivir.
Había estado trabajando en un nuevo
vestido para si misma en los momentos libres que tenía, y ahora esperaba
tenerlo acabado a tiempo para el baile. No era nada de fantasía, pero tampoco
esperaba que el príncipe se fijara en ella. Sólo quería ir al baile, para
bailar a música de verdad.
El día antes del baile, el vestido
todavía no estaba listo, así que se quedó despierta hasta altas horas de la
noche, dándole los toques finales a luz de velas. Al día siguiente, le
mantuvieron más ocupada que nunca. Primrose y Gladys tenían que tener el pelo
cepillado tres veces cada una, y por supuesto fue Ella quien tenía que hacerlo.
Tuvo que correr al mercado para unas cintas azules, y, cuando había regresado,
tuvo que volver al mercado, porque Gladys había cambiado de idea y las quería
de color rosa. Ernestine sacó sus joyas, y Gladys y Primrose tenían que elegir
qué piezas ponerse. Las dos se pusieron tantas que pudieron, peleándose por algunas
de las piezas. Se polvorizaron los rostros, y se pintaron los párpados, labios
y uñas. Por fin, media hora antes de la hora de irse para el palacio, estaban
listas. Durante todo este tiempo, Ella había estado trabajando para las tres de
ellas - Ernestine había tomado la decisión de ir “como acompañante. Tengo que
cuidar de mis chicas.” Así que tenía que estar vestida ella también. Pero, por
fin, Ella tenía media hora para prepararse a sí misma. Se lavó rápidamente, se
puso el vestido nuevo, y ya estaba lista.
Cuando las demás le vieron, todas le
miraban fijamente. “Pero, ¿qué crees que estás haciendo?” exclamó Ernestine. Y
cuando Ella dijo que iba al baile, se mostraron atónitas. “¡¿En ESO?!”
gritó Primrose. “¡¿Quieres ir al baile en ESO?! ¡Pero si es apenas mejor
que la ropa que usas para hacer las tareas domésticas! Y de todos modos, si
trataras de bailar, harías tropezar a todo el mundo con esos enormes pies
tuyos.”
“Hablando de tareas domésticas...”
amenazó Ernestine, “¡has dejado apagarse el fuego! Enciéndelo de nuevo. No
querremos volver a una casa fría.” Y empujó a Ella hacia la chimenea. Ella
tropezó y se cayó en las cenizas aún calientes. ¡Su vestido nuevo! Se levantó
de un salto e intentó limpiarlo, pero el daño ya estaba hecho.
“Tienes demasiado trabajo que hacer
esta noche: quiero sábanas limpias en la cama.” (“¡Y yo!” “¡Y yo!” se agregaron
Primrose y Gladys.) “Así que olvídate de cualquier idea tonta de ir al baile...
¡Vamos, chicas! “Y las tres se fueron al carruaje que Ernestine había alquilado
especialmente para esta noche.
Ella se sentó en un taburete junto a
la chimenea y comenzó a llorar. Después de unos minutos, alguien llamó a la
puerta y entró la viejecita, llamada Maeve, que recientemente había venido a
vivir en una casa al final de la calle.
“¡Buenas noches!”, dijo. “Sólo he
venido para... ¡Vaya, Querida Mía, estás llorando! Pero, ¿porqué?”
“No por nada,” dijo Ella, secándose
los ojos con el dobladillo de su vestido.
“¡Vamos, vamos! No creo que lloras por
no nada. Háblame de ello. Tal vez yo pueda ayudar.”
Años y años de ser tratada como una
sirvienta en su propia casa, de vivir con su padre y cuidar de él, mientras que
a menudo él ni siquiera parecía saber ni se interesaba si ella estuviera allí:
todo esto había sido embotellado en el interior de Ella, y ahora esta última
cosa - la forma en que acababan de tratarle - y ya no podía mantener el tapón
de la botella cerrado. Antes de que pudiera frenarse, le estaba contando a su
nueva vecina toda la historia.
“... Y ahora mi vestido está sucio de
las cenizas, y no tengo otra cosa que no esté cubierta de parches... Lo siento,
pero no creo que haya algo que puedas hacer.”
“Ah, Querida Chica” dijo la vieja
Maeve, “no sabes lo que puedo y lo que no puedo hacer... Tu madre se ha muerto
y tu madrastra no te sirve de madre en absoluto. Tu padre tampoco ha sido un
buen padre. Ahora bien, no pretendo ser una madre o un padre para ti, pero por
la presente me declaro tu madrina... Eso significa que tengo cierta
responsabilidad de ver que tengas una buena vida. Pues, ¿qué te parece?”
“Eres muy amable” dijo Ella, “pero...”
“¡Espera espera espera!”,
dijo Maeve. “Por supuesto, una no toma una decisión así a la ligera. Sé más
sobre ti que tú sabes sobre mí. Quiero decir, hay todo lo que acabas de
decirme, y también he estado oyendo acerca de ti de uno o dos de los vecinos,
así que tengo una idea de dónde me estoy metiendo. Pero, ¿qué sabes tú de mí?
Sólo que yo soy ‘esa vieja loca que se ha instalado en el final de la calle’...
No, no tienes por que molestarte: sé bien lo que todos ya están diciendo de
mí...
“Bueno, claro que no debes aceptar a cualquiera
como madrina. Así que sugiero un período de prueba, y después de éste puedes
decidir. Podremos hablar de todo el asunto en más detalle más adelante. Pero primero
lo primero. Es la noche del baile, y no hace otra cosa que hacerse más tarde
mientras estamos aquí sentadas, charlando. Ahora, dime: ¿quieres o no quieres
ir?”
“Sí, pero...”
“Entonces bien, empezaremos con el
‘sí’: el ‘pero’ puede esperar un momento. ¿Te fiarás de mí?”
“Bueno... ¿Cómo...? Quiero decir...”
“¡Pues vaya! Recuerda que soy tu
madrina - por lo menos a título de prueba. ¡¿Estás tratando de decirme que ni
siquiera te fías de tu propia madrina?!”
Ella tuvo que reír al oír esto. Maeve
estaba siendo muy amable con ella, tratando de animarla. Y, mirándole a su
sonriente rostro amigable, era difícil no confiar en ella.
“Bueno, está bien... me fío de ti.”
“Eso ya está mejor. Ahora bien, mírame
a los ojos... No, así no: mira
profundamente en mis ojos... eso es... sigue mirando...”
Ella no tenía idea de cuánto tiempo le
miró a los ojos de la viejita. Comenzó a sentirse somnolienta y mareada al
mismo tiempo. Pero aún así miraba. Entonces oyó a Maeve decir:
“Ahora: mira a tu vestido... Ves, se
ha transformado en un hermoso vestido de terciopelo blanco, engastado con
diamantes y zafiros.” ¡Y así fue! Desaparecido quedaba el vestido que Ella se
había cosido, y en su lugar había el vestido más hermoso que se podría haber
imaginado.
“Bien, pues,” continuó Maeve,” ven a
la ventana. ¿Ves aquella gran calabaza en vuestro huerto? Bueno, va a cambiar a
un carruaje de oro macizo. ¿Lista?... ¡AHORA!” Y chasqueó los dedos. Ella
contuvo el aliento al ver un hermoso carruaje, en la forma de calabaza, pero
mucho más grande, y hecho de oro macizo - ¡mira como brillaba a la luz de la
luna! - aparcado en medio del huerto. “Y esas dos ranas allá. Pues son lacayos
en trajes verdes.” Chasquido, y ¡así fue! “Y los cuatro ratones son caballos
blancos como la nieve... y aquella polilla allí, ¿ves? Es la conductora del
carruaje, envuelta en una capa que brilla como la plata a la luz de la luna...”
Y cada vez que Maeve chasqueó los dedos, todo era como ella decía, mientras
Ella miraba con pasmo. “Vale, Querida” dijo Maeve, “¡allí tienes un carruaje
digno de llevarte a un baile real!”
Ella miró y se quedó mirando el
carruaje de oro con sus lacayos elegantes verdes, su conductora silenciosa y
misteriosa envuelta en su capa brillante y plateada, y los cuatro caballos
blancos que pateaban en el suelo y soplaban enormes nubes de vapor. Entonces
sintió un suave golpecito en el hombro, y se volvió para ver a Maeve, su
madrina, mirándola desde su estatura más bajita.
“Mírame a los ojos de nuevo,” dijo
Maeve, “profundo, profundo, profundo dentro de mis ojos... Ahora, mi querida
Ella, quiero que veas las cosas como realmente son.”
Y, de repente, el espléndido carruaje
era una calabaza, los caballos eran ratones blancos, la conductora era una
polilla, los lacayos eran ranas... y Ella llevaba el vestido manchado en la
costura del cual había invertido tanto tiempo y tanto cuidado.
“Todo es ilusión, mi Querida, todo es
ilusión. Puede ser muy divertido vestirse de lujo, puede ser divertido pintarse
el rostro. Pero muchas personas creen que necesitan semejantes ilusiones
para parecer más interesantes, más atractivas para otros. Toda la ropa fina,
todas las joyas, todo el maquillaje, y los carruajes de lujo: son todos
totalmente sin im-por-tan-cia.
No cambian a la persona que eres adentro. Eso es todo lo que realmente
importa... Y ahora, ¿te gustaría ir al baile?”
“¿Eso es todo ilusión, también?”
“¿Qué crees tú?”
“Bueno... mucho de ello lo es,
supongo: la mayoría de la gente allí estará bien vestida, al igual que Gladys y
Primrose, tratando de hacer una gran impresión, esperando que el príncipe se dé
cuenta de ellas... Pero... y la música...”
“La buena música nunca es una ilusión.
No puedo prometerte que esta noche la música será buena. Pero no lo sabrás a
menos que vayas. Y el baile: bailar puede ayudar a liberar a la persona dentro
de ti.”
“¡Me gustaría tanto!... ¡Sí que iré! Y
no importa lo que digan ni si todo el mundo se ríe de mí. ¡La persona dentro de
mí quiere bailar!” Y besó a su madrina, para después dar una pirueta. “Pero voy
a tener que estar en casa a tiempo para ordenarlo todo antes que las demás
vuelvan. Voy a tener que dejar el baile antes de medianoche... Pero ¿qué es lo
que quisiste, cuando viniste esta noche? No terminaste de decirlo.”
“Vaya, sólo vine para ver si tenías
algo de miel. Me he quedado sin, y quería hacer un pastel de miel para mi
ahijada de prueba, que va a venir a mi casa el día de mañana para decirme cómo
se divertía en el baile.”
Así que Ella dio Maeve un bote de
miel, y las dos salieron a la calle, donde se separaron, una para ir a casa y a
su horneada: la otra para ir al baile, con sus zapatos de calle en los pies, y
un par de más ligeros para bailar en la mano.
Capítulo 2
Cyril, el príncipe, estaba en medio de
una discusión con el rey Richard V, su padre, sobre lo que tenía que llevar al
baile. Se había hecho hacer un traje de lo más sencillo porque el baile, pensó,
era para la gente normal y corriente. Pero el rey estaba insistiendo en que se
pusiera algo mucho más real, con cuerdas inútiles de oro colgadas en lazos a
los hombros, y unas medallas que Cyril había ganado por el mero hecho de ser el
príncipe, el hijo de un rey a quien le encantaban las medallas. El rey puso fin
a la discusión con la amenaza de cancelar el baile, aun en este último momento,
si Cyril no llevaba el traje de fantasía. Así que Cyril, por fin, se rindió.
Abajo, en la sala de baile, la mayoría
de los invitados habían llegado y estaban esperando que apareciera el príncipe.
La mayor parte de la nobleza se había quedado a casa, opinaron que asistir a
una reunión social con meros plebeyos sería por debajo de su dignidad. Había,
sin embargo, unas pocas hijas solteras de la nobleza menor y de unos oficiales
en el corte, que se habían decidido que sería arriesgado dejar pasar esta
oportunidad de atraer la atención del príncipe Cyril. Estaban muy ocupadas en
hacer caso omiso de todos los otros huéspedes - hijas de familias ricas o de
las que trabajaban en paradas del mercado – para ellas era lo mismo: no eran
nobles, por lo que no contaban.
Luego estaban los invitados de las
familias más ricas y “más importantes”. Estos estaban ocupados fingiendo que
estaban bien acostumbrados a ser huéspedes en el palacio, aunque para la
mayoría de ellos era su primera vez a este lado de la puerta de palacio. Éstos
también estaban tratando de dejar muy claro a los más pobres, los invitados
“menos importantes” que ellos (los pobres) debían recordar su posición y
mantenerse bien apartados - especialmente una vez que el príncipe o el rey
apareciera. De ninguna manera podían entender por qué estas personas
carecientes de importancia habían sido invitadas al baile, y estaban
preocupados porque su primera oportunidad de conocer de cara a cara al príncipe
podría ser arruinada por “estos ordinarios: lecheras, tejedores de cestas, y
vendedores de verduras.”
La mayor parte de este último grupo,
los más pobres, también no podían entender por qué habían sido invitados. No
tenían expectativas reales de hacer una impresión con el príncipe - ni con
nadie. Pero sí que se les había invitado, por lo que habían venido. Estaban
ocupados en mirar a “la gente guapa”, y en apartarse de su camino, como se
esperaba de ellos.
Cuando el príncipe apareció en lo alto
de la escalera que bajaba a la sala de baile, los músicos empezaron a tocar una
gran marcha, y todos los ojos se volvieron hacia él. Fue rodeado inmediatamente
por una multitud de mujeres jóvenes vestidas en colores llamativos, lo que le
hacía difícil a él moverse. Y cada una de estas mujeres estaba intentando con
todas sus fuerzas atraer su atención. El rey entró unos minutos más tarde - con
una marcha aún más impresionante que estaba sonando - y de inmediato se dirigió
a una fila acordonada de sillas, donde pudo vigilar las cosas sin dejar que
ninguno de los “canallas comunes” le llegara demasiado cerca.
Cyril miró a su alrededor, algo
alarmado. No le gustaba ser el centro de tanta atención, en medio de tantas
mujeres jóvenes apretadas. Más que nada para ganar un poco de paz, le preguntó
a una de las más cercanas si le gustaría bailar. Ella pestañeó, hizo una
reverencia, y suspiró: “Me encantaría, Alteza,” mientras que la mayoría de las
otras mujeres le dirigieron miradas de envidia. Más de una pensó: “¿Por qué ella?
¿Por qué no yo?”
La música comenzó, y Cyril y su pareja
empezaron a bailar. Durante un corto tiempo, eran los únicos que lo hacían,
pero pronto las mujeres decepcionadas - las que él no había elegido - aceptaron
otras parejas, y la sala estaba llena de remolinos de colores. Cyril pronto
descubrió que no había escapado de la atención de nadie. Todas las mujeres que
bailaban contemplaban a él, y algunas – arremolinándose cerca con sus parejas -
evidentemente estaban tratando de capturar su atención. Mientras tanto, su
propia pareja mantuvo un incesante charloteo diseñado para halagar e
impresionarle a él (que no lo consiguió). Al final de la danza, escapó de ella
por el método de sacar a bailar a una de las otras mujeres jóvenes que
corrieron a rodearle en cuanto la música se detuvo. Pero con esta pareja no le
salió mejor. Después de unos cuantos bailes más, con distintas parejas, se
retiró a donde su padre estaba sentado.
“Bueno, confiamos en estás disfrutando
con las plebeyas,” se burló el rey con sarcasmo. “¿Bastante naturales
para tu gusto?”
“No, no lo son - al menos no las con quien he bailado”,
admitió Cyril. “Pero al menos no son peores que princesas o condesas. Y quizá
empezarán a actuar más naturalmente una vez que la novedad de la situación haya
desaparecido.”
“Eso vamos a dejarte descubrir por ti
mismo. No podemos soportar esto por más tiempo. Nos vamos. Sólo vamos a decir
que esto es el último baile de comunes en el palacio mientras nosotros
somos rey.” Dicho esto, llamó a sus asistentes, y se fue de la sala de baile.
Cyril se quedó donde estaba durante un tiempo, mirando a los bailarines, pero
éstos - al menos las mujeres parecían estar bailando para él: trataban de
atraer su atención, y no bailaban para su propio disfrute.
Mirando a su alrededor en la sala, vio
a algunos invitados que no había notado antes: peor vestidos que los que le
habían rodeado. Ninguno de ellos estaba bailando: estaban de pie junto a las
paredes al final de la sala. Decidió ir a hablar con ellos. Pero - tan pronto
como abandonó el palco real - estuvo una vez más rodeado por una multitud vestida
con colores llamativos.
Poco a poco, tratando de no ser
descortés ni empujar a nadie, se movió (y por supuesto las mujeres brillantes
se trasladaron con él) hacia el final de la sala. Pero cuando llegaron, los
invitados vestidos de pobre ya no estaban. Al ver al príncipe y las “damas
bonitas” en movimiento hacia ellos - y sin saber que el príncipe quería
verlos - hicieron lo que les vino de forma natural y se apartaron del camino.
Cyril trató de llegar a ellos unas cuantas veces más antes de darse por vencido.
Bailó un par de veces más, luego salió de la sala. Al llegar a lo alto de la
escalera que subía de la gran sala, los músicos terminaron la pieza que habían
estado tocando.
Cyril se giró a mirar a los de abajo,
y se dirigió a ellos: “Señoras y señores, por favor seguid disfrutando.”
Después de este breve discurso, se giró y desapareció. Corrió a sus aposentos,
se despojó de su ropa, dejándola apilada en el suelo. Se puso el otro traje –
el sencillo que había encargado y, mirando en el espejo, desordenó su pelo
cuanto pudo y, además, se disfrazó pegando un bigote falso en el labio
superior.
***
Ella estaba de pie al lado de una de
las columnas que sostenían el techo alto y miraba cómo los colores pasaron
girando. Al principio, cuando el príncipe había desaparecido, todos los
invitados se habían decepcionado. Pero ahora, la gente había empezado a bailar
otra vez, y parecía haber comenzado a disfrutar de verdad por fin. Ahora que no
estaba el príncipe Cyril, ya no tenían que tratar de atraer su atención.
Ella había preguntado a varios hombres
si querían bailar con ella, pero los ricos habían dado un vistazo a su vestido
manchado y sencillo, e hicieron sus excusas. Y los pobres sólo se habían
meneado la cabeza, y se quedaron cerca de las paredes. Así que Ella había
pasado su tiempo o bailando sola, o bien mirando a los otros bailarines.
“Puede que todo sea ilusión”, se dijo,
“¡pero es bonito, de todas maneras!”
Entonces ese número terminó, y la
banda comenzó a tocar otro, tan animado y feliz que Ella tenía que bailarlo.
Girándose y girándose bailó, arriba y abajo, sin importarle que los bailarines
que pasaba le estaban mirando con asombro o incluso riéndose de ella por bailar
sola. Se estaba divirtiendo... Entonces se dio cuenta de un joven que no estaba
bailando, sólo la miraba. No la miraba de una forma crítica ni asombrada, sólo
la miraba. Después de un tiempo, él también se puso a bailar solo, arriba y
abajo, girándose y girándose. La gente empezó a reírse de él también, y él
empezó a ruborizarse, pero siguió bailando. Cada vez que pasaba cerca de Ella,
le sonrió - una sonrisa amable, un poco tímida. Cuando terminó el baile, se
encontraron muy cerca la una del otro.
“¿Te gustaría bailar conmigo?” Ella
preguntó. “Todo el mundo parece tener miedo de que los otros se rían si baila
conmigo, porque yo no estoy vestida muy elegantemente. Pero no parece
importarte a ti que se rían de ti.
“No estoy para nada acostumbrado
a que se rían de mí,” él contestó, “pero no parece ser tan temible. Sí que me
gustaría bailar contigo. Es decir, si no te importa que se rían de ti por
bailar conmigo.”
Así que los dos bailaron varias danzas
juntos. A veces Ella cometió errores porque no conocía las reglas de algunas de
las danzas, y una o dos veces dieron un tropiezo, y todo el mundo alrededor de
ellos se echó a reír, pero eso no les impidió pasarlo bien. Simplemente se
echaron a reír también, y Ella apuntó su dedo hacia sus pies grandes y dijo:
“Ahora los dos, ¡portaos bien!” Y cuando querían descansar, se sentaban al lado
de la sala de baile y hablaban - sobre qué, no lo sé, pero sí sé que en poco
tiempo se consideraban el uno a la otra como viejos amigos.
Durante una danza, un hombre con un
uniforme de fantasía se acercó a ellos, e inclinándose, dijo: “Disculpad,
Alteza, pero Su Majestad El Rey desea veros.” Cyril miró a Ella, para ver cómo
reaccionó (porque, ya ves, no le había dicho que él era el príncipe). Ella se
mostró sorprendida, pero no se sonrojó ni le hizo una reverencia ni se giró la
cabeza con vergüenza ni nada de eso. De hecho, él parecía tener mucho más
vergüenza que ella.
“¿Puedes esperarme aquí?”, preguntó, y
ella asintió.
Cuando él la dejó, Ella se quedó
inmóvil durante un rato, pensando. Había estado bailando y hablando con el
príncipe todo este tiempo, y no lo había sabido. Y tampoco los demás huéspedes,
o nunca hubieron reído de él. Entonces se dio cuenta de que sólo faltaba media
hora antes de la medianoche. Bailó un poco más, con la esperanza de que Cyril
regresara con tiempo. Cuando el reloj dio la medianoche, decidió esperar un
poco más. Pero entonces vio que Gladys se había fijado en ella, y venía hacia
ella desde el otro extremo de la sala de baile (donde ella y Primrose habían
estado vigilando las escaleras como halcones, para que pudieran ser las primeras
en emboscar al príncipe, en caso de que éste volviera al baile). Parecía furiosa.
Ella se escabulló entre la multitud de
invitados, y salió al exterior, a donde había dejado sus otros zapatos. Se los
puso y se apresuró a volver a casa, sin darse cuenta que Cyril había regresado
a la sala de baile y le había visto marchar.
Cyril se sentía acalorado y molesto.
Había tenido una reunión bastante incómoda con el rey, quien había exigido
saber el significado de su comportamiento después de que él, el rey, había
dejado el baile. (Al menos Cyril había tenido la presencia de ánimo para
quitarse el bigote antes de encontrarse con su padre.)
“Llevar ropa de plebeyo y bailar... no
sólo con plebeyas, pero ¡con plebeyas andrajosas! ¡¿Es que no tienes
amor propio?! Y, si no, ¡¿al menos no podrías tener un mínimo de respeto por tu
posición como príncipe?!... Como ya sabes, estamos planeando visitar las tres
ciudades principales en esta región, por asuntos de estado. Habíamos pensado
dejarte aquí en el palacio, pero quién sabe lo que podrías llegar a
hacer si lo hiciéramos. Así que vienes con nosotros. ¡No hay argumentos!
Salimos mañana”.
También le hizo ponerse de nuevo la
ropa de lujo real antes de permitirle regresar al baile.
Y ahora, justo cuando Cyril regresó a
la sala, vio a su nueva amiga marcharse. Y antes de que pudiera liberarse de
las mujeres jóvenes que una vez más se habían congregado a su alrededor, ella
había desaparecido. Corrió por la avenida hasta las puertas del recinto del
palacio, pero no servía de nada: ella realmente se había ido. Habían hablado y
hablado, como viejos amigos, pero ¡no sabía su nombre! (No había pedido lo de
ella, porque no había querido, todavía, revelar el suyo.) ¿Cómo iba a
encontrarle de nuevo? Caminó tristemente de vuelta hacia la sala de baile.
Entonces, en el suelo, vio... ¡un zapato! Lo reconoció en seguida como uno de
los de ella, porque se los había señalado: “No son realmente zapatos de baile”,
le había explicado. “Son los que llevo dentro de la casa, porque los otros son
demasiado pesados.”
Así que Cyril tenía una idea de cómo
encontrar a su amiga. Este zapato era demasiado grande para los pies de la
mayoría de las mujeres. Lo llevó a su criado de mayor confianza (del cual se
fiaba para no contar sus secretos al rey) y le explicó su plan.
Al día siguiente, el rey y el príncipe
partieron en su gira real, y el sirviente de Cyril, vestido como zapatero, hizo
preguntas alrededor del pueblo. Se presentó en cada casa, llevando el zapato, y
preguntó si había alguna mujer joven en la casa cuyo pie se lo calzara. Durante
dos días, no tuvo suerte en su búsqueda. El tercer día, llegó a la casa donde
vivía Ella.
Ella había salido al mercado, por lo
que Primrose abrió la puerta. Cuando se le mostró el zapato, ella soltó un
bufido: “¡No creo que tengas muchas clientes con los pies de ese tamaño! Esto
explica porque Ella ha estado caminando por la casa descalza...” Entonces
murmuró a sí misma: “Cuando está en casa... Pasa la mayor parte del día
en la de aquella vieja bruja loca...” (Ella se había acostumbrado a pasar una
hora más o menos todos los días en casa de Maeve, que se había convertido
en una muy querida amiga y madrina de forma permanente.) “Con todo el
trabajo que hay que hacer en esta casa, no sé lo que...”
“¡Vaya, Su Alteza sí se alegrará!”,
suspiró el “zapatero”.
¡¿Qué dices?!... ¡¿Su Alteza?!... El
príncipe Cyril?” exigió saber Primrose.
“Sí. Su Alteza está muy ansioso por
encontrar a la joven cuyo calzado es esto.”
“Pues, ¡este es MI zapato!” exclamó
Primrose, arrancándolo de la mano del otro.
“Pero creí que habías dicho...”
“No importa lo que dije. Este es mi
zapato. Ahora puede llevarme a Su Alteza” le ordenó. Pero el criado insistió en
que se pusiera el zapato, y obviamente era demasiado grande para ella. “A mí me
gusta llevar los zapatos grandes”, le intentó engatusar, pero el sirviente no
se dejó engañar. En esto entraron Ernestine y Gladys, y cuando habían oído la
historia, insistieron en probarse el zapato también. Pero se tambaleó sobre el
pie de ambas.
“Creí que habías dicho algo sobre una
Ellie o algo así”, comenzó a decir el sirviente. “¿No sería...?”
“¡No hay Ellie aquí!” replicó Primrose
con mala leche. Y Gladys dijo: “¿Ellie Quién?”
“Yo me llamo Ella”, dijo una voz desde
la puerta. “¿Puedo ayudarte?” Y entró Ella, cargada de compras. Una mirada a
sus pies fue suficiente para convencer al sirviente de Cyril que había
encontrado a la que había estado buscando. De alguna manera, los dos se
alejaron de las otras y tenían una conversación privada. No puedo decirte lo
que se dijeron, porque era una conversación privada, pero tres días después,
tan pronto como Cyril regresó - de una gira que no había disfrutado en absoluto
- él mismo se presentó en casa de Ella.
Sólo que ya no era casa de Ella.
Gladys, Primrose y Ernestine se habían mostrado muy celosas de ella, y le
habían dicho algunas cosas especialmente horribles. Luego, de repente,
se habían cambiado de tono y habían comenzado a tratar a ella de una manera
empalagosa. Parece que las tres siempre le habían tenido muchísimo cariño,
y esperaban que cuando ella estaba casada con Cyril e instalada en el palacio,
no se olvidara de sus queridas parientes.
Ella les había dicho que no tenía
planes de casarse con el príncipe - que sólo lo había visto una vez. Le habían
dicho que no fuera tonta, que todo el mundo sabía que el príncipe estaba
buscando una esposa, y que obviamente había elegido a ella. Cuando Ella había
insistido en que no había habido ninguna mención de matrimonio, que ella no
estaba pensando en casarse, las tres habían cambiado “¡No seas tonta!” por “¡No
seas estúpida!”, y se habían puesto más y más molestas con ella.
Por supuesto, Ella había entendido
desde el principio que sólo estaban interesadas en su propia anhelada posición
de cercanía a la realeza. Su zalamero constante y sus consejos de arrebatarse
al príncipe y aferrarse a él antes de que se le escapara le enfadaron. Su padre
también trató de convencerle de que se aprovechara de esta oportunidad de oro.
Todo el asunto le daba tanto asco que le preguntó a Maeve si podía vivir con
ella. Y unas pocas horas más tarde, había mudado todas sus cosas a la casa al
final de la calle.
Así que cuando Cyril, disfrazado,
vestido de plebeyo, se presentó y pidió hablar con Ella, Gladys le miró con
frialdad, y le preguntó si era otro de los sirvientes del príncipe.
“No, ¡nada de eso!” contestó Cyril con
verdad. “No, el hecho es,” añadió (ya había oído de su sirviente sobre el
comportamiento espantoso de ellas) “que me debe algo. Pero si ella no está,
¿quizás podrías tú...?”
“¡Yo no voy a pagar sus
deudas!” replicó Gladys con mala leche. “De todos modos ya no vive aquí. Vive
con la vieja loca al final de la calle.”
Así que Cyril encontró a Ella por fin,
y -tuvieron una larga conversación (y dos trozos cada uno del excelente
bizcocho de especias de Maeve). Después de esta conversación, Cyril a veces le
llamaba “Mi Lady Ella De Las Cenizas”. Venía a menudo a visitar a Ella y Maeve
- que siempre estaban encantadas de verle - y pasaba tal vez las primeras horas
totalmente relajadas y completamente felices de su vida en su casa.
Maeve había vivido en muchos lugares
lejanos, y tenía historias fascinantes que contar a Ella y Cyril: de gente que
había conocido, las cosas que había visto, el trabajo que había hecho, y las
experiencias que había tenido. “Pero ahora”, dijo una vez, “he encontrado a la
ahijada que siempre he querido, y estaré contenta de establecerme aquí con ella
por el resto de mi vida. Es tan bonito tener una familia, por fin, y sobre todo
una familia tan maravillosa.” Y tenía una manera de hacer que Ella sí se
sintiera maravillosa, se sintiera especial. Nadie le había hecho a Ella
sentirse de esta manera desde la muerte
de su madre, y ella también estaba feliz de haber encontrado esta nueva
familia.
Y en cuanto a Cyril, la gente siempre
le había tratado de hacerle sentir que fuera especial. Pero no por él mismo,
sino más bien porque era el príncipe. Y ahora, por fin había encontrado a dos
personas a quienes no les importaba si era el príncipe, que le querían por él
mismo. Y él también se sentía un miembro de la familia. También él era feliz.
Hasta que un día su padre se enteró, y
le ordenó poner fin a esta tontería. Y cuando Cyril se negó a poner fin a esta
tontería, su padre enojado le dijo que podía elegir entre dos posibilidades - o
podría dejar de tener algo que ver con los plebeyos asquerosos, o bien podría
considerarse a sí mismo ya ningún príncipe. Agregó que él (el rey) no se
dejaría parecer un tonto, y que si él (Cyril) no quería otra cosa que parecer
un tonto, dejaría de ser hijo suyo (del rey).
Durante tres días, Cyril permaneció en
sus aposentos, a pensar y repensar lo que debía hacer. A la tercera noche,
salió sigilosamente del palacio y se dirigió a casa de Ella. Era tarde y tenía
que despertarle, pero no había ninguna otra forma de verle sin correr el riesgo
de que su padre se enterara.
Ella revivió al fuego en la cocina,
luego se sentó en un taburete y lo miraba (el fuego), con los brazos abrazando
las rodillas y escuchó mientras Cyril, paseándose por la cocina, le contó lo
que había sucedido.
“Y he pensado y pensado, y se me
ocurren dos ideas. Una de ellas es simplemente esperar. Mi padre es un hombre
viejo, y no tardará mucho en morirse. Entonces seré rey yo, y podré hacer lo
que me dé la gana. Hasta entonces, voy a tener que hacer lo que él dice. Pero
tal vez podamos encontrar una manera de vernos de vez en cuando... La otra idea
es...” se tragó saliva, “que nos casemos. Tal vez sea sólo un farol, sólo trate
de asustarme, y una vez que ya estemos casados y él no pueda evitarlo, quizás
lo acepte.
Todavía durante algún tiempo, Ella
quedó mirando el fuego, sin decir nada. Cuando por fin habló, parecía estar
hablando a las llamas. “Lo siento, Cyril. Tienes una decisión difícil que
tomar, y yo no voy a hacértela más fácil... En primer lugar, déjame
decir que podemos olvidarnos de la segunda idea: me gustas mucho. Incluso
podría decir que te amo, en cierto modo. Pero no de ese modo. No quiero casarme
contigo, y no lo voy a hacer sólo para arrinconar a tu padre...”
Se puso de pie y se acercó a él.
Poniendo las manos sobre los hombros de él, le miró a la cara. “No quieres realmente
casarte conmigo, ¿verdad?” Cyril susurró: “¡No lo sé!” Ella le miró un
rato más en silencio y continuó: “En cuanto a la otra idea... Es un poco más
difícil de explicar, y podría parecer que estoy siendo injusta contigo...
Durante años, mi padre me trataba como si yo no estuviera. Yo cuidaba de él y
esperaba - esperaba el día en que se diera cuenta de mí, tal vez incluso me
amara. Por fin, sí que volvió a darse cuenta de mi existencia, después de que
se había casado con Ernestine, y dejado la bebida. Pero ya se sentía tan
culpable por la forma en que me había tratado antes, que el amor era
simplemente imposible.
“Y si ahora te espero a ti unos años,
hasta que tu padre esté muerto, ¿cómo puedo saber qué clase de persona serás
para entonces? Tal vez no me querrás como amiga entonces. Puede que te sentirás
avergonzado de mí... o quizás avergonzado de ti mismo.
“No estoy dispuesta a esperar hasta
que alguien se dé cuenta de mí. No para nadie. No estoy dispuesta
a esperar hasta ser aceptable. He aprendido que soy demasiado importante para
eso. Vale, soy importante para ti, soy importante para Maeve, pero eso no es lo
que estoy diciendo. Maeve me ha ayudado a descubrirlo, y tú has ayudado
también. Pero si os perdiera a los dos, todavía habría aprendido mi lección:
que soy importante para mí misma. Demasiado importante como para esconderme en
algún rincón hasta que la gente respetable esté fuera del camino, tal como he
estado haciendo con Ernestine, Gladys, y Primrose. Quiero estar orgullosa de todos
mis amigos. Y quiero que estén orgullosos de mí... No puedo ofrecerte una
opción más fácil que las de tu padre. Lo siento...”
De vuelta en el palacio, Cyril pasó otros
tres días en sus aposentos. Tenía que elegir entre dejar de ser un príncipe (y
por supuesto de convertirse después en rey) y renunciar a su amistad con Ella y
Maeve, su “nueva familia”.
Pesaba la vida fácil que vivía como
príncipe contra lo bien que lo pasaba con Ella y Maeve. Ella no quería casarse
con él... Pero cuando pensaba en ello, ¿quería de verdad él casarse con
ella? ¿No era eso del matrimonio una idea de su padre? Lo que había necesitado
era un amigo. Y había encontrado a dos: Maeve y Ella eran seguramente las
primeras amistades de verdad que había tenido nunca.
Por otra parte, habría todo el bien
que podría hacer por el país cuando se convirtiera en rey. Porque él
sería mejor rey que su padre... O ¿no? Tal vez se habría cambiado con los años. Si era el tipo de persona que pudiera renunciar a sus amistades sólo
para convertirse en rey, ¿qué clase de rey sería?... A decir la verdad, como
príncipe siempre se había sentido prisionero de su posición. Como rey, ¿no
lo sería aún más?...
Pero un buen rey aceptaría sus responsabilidades: tendría
que pensar en todos de su reino, no sólo en unos pocos amigos. Esto sería egoísta e
injusto... Pero entonces, ¿cómo pensaba su padre
de los habitantes de su reino? “Plebeyos asquerosos... una turba de
patanes y plebeyos...” Sin embargo, no sería él como su padre, seguro
que no... ¿¿¿Lo sería??? Y también...
Sí que fue una decisión difícil, pero después de tres días,
su decisión estaba tomada.
(fin)